¡Qué fuerte!
La última vez que me puse a escribir de esta forma tan cercana al monólogo interior, sin preocuparme mucho de si usaba el hook perfecto para mantener la atención, la estructura correcta para que Google indexase mi contenido, los emojis para agilizar la lectura, el CTA para… uf, qué horror. Pues esa última vez yo creo que fue durante mi Erasmus, la última vez que use un blog como diario.
Ha llovido, ¿eh? Sobre todo en Dublín, que es donde hice el Erasmus.
¡En fin! Jo, sé que todavía no te he contado nada, pero quiero darte las gracias. Gracias por suscribirte a esta pequeña dosis de mi mundo interior. Me apetece mucho compartirlo contigo.
Febrero tiene la costumbre de ser el antagonista de su predecesor: pasa fugazmente por tu lado, te adelanta por la derecha y cuando te quieres dar cuenta, ¡ups! Ya hace días que tenías que haberle dado la vuelta a esa hoja del calendario.
Por cierto, aprovecho para presumir de calendario: una no tiene un novio periodista si no es para apropiarse de los regalos que le dan en las notas de prensa.
Este mes tengo muy claras mis recomendaciones, y me hace mucha ilusión que sean, a su vez, en parte recomendaciones de otras personas. Así que, no sé, ¿vamos a ello?
¡Aquí van mis tres primeras recomendaciones relacionadas con el arte!
Hace tiempo que tengo claro que no soy la única: ya no estamos tan preparados (o mejor dicho: estamos demasiado cansados) para prestar atención a las cosas. El día a día nos agota y nos exige tanto tiempo de preparación para volver a apagar la alarma a la mañana siguiente que prestar atención a las cosas que nos gustan cada vez resulta más complicado.
Pero como deprimirnos y quejarnos es una habilidad muy bien entrenada, no hace falta darle más bola al tema, que como muy bien decía Palestrón en la obra Miles Gloriosus de Plauto:
«Qué feliz es ser esclavo cuando se es un esclavo feliz.»
No es ese el caso de László Tóth, el protagonista del tercer largometraje de Brady Corbet, quien es muy consciente de su situación como exiliado, condición que le convierte en un siervo más de los caprichos de las nuevas burguesías americanas a pesar de ser un prestigioso arquitecto en la misma tierra que le obligó a marcharse.
The Brutalist es una película que usa a un arquitecto como vehículo para hablar de otros temas: de los abusos de poder, de la identidad, las adicciones, las obligaciones familiares, de la justicia poética, del viaje del héroe, e incluso demasiado elogio sionista, si me preguntas (y si no, también). Pero eso no quiere decir que tenga menos que ver con el arte.
A pesar de ser una película sobre un arquitecto (ficticio, pero que es el reflejo en el espejo de toda una generación, y en boca de muchos inspirado en Marcel Breuer) que no habla de arquitectura, cuando acaba la escena inicial y aparecen los créditos es muy fácil intuir que más de uno en la sala está ya pensando qué pondrá en su reseña de letterboxd. Es decir, que a lo mejor depende mucho de tu definición personal de arte, pero lo que sí está claro es que es una película que atrae admiradores. ¿El motivo? Está demasiado difuminado, quizá porque sean muchos, quizá porque no haya ninguno concreto, o quizá porque no lo conozcamos y tengamos que inventarlo.
La estatua neoyorkina que promete la libertad a los recién llegados aparece boca abajo como la figura del colgado en el tarot (un recurso visual que también usa Rohrwacher en La Quimera, otra mega recomendada), como si ya predijera un mal augurio, simbolizando el dolor y la pérdida del ego, un proceso por el cual tiene que pasar el protagonista hasta conseguir de nuevo la iluminación, una falsa promesa que ya acostumbra hacer ese “nuevo mundo”.
The Brutalist habla de lo egoísta que es el contexto donde surgen las grandes corrientes que hoy día elogiamos, de lo mucho que puede llegar a castigar a los artistas, y de que sin su testarudez y convicción por sus ideas, muchas obras quizá no habrían existido nunca.
No habla de arte, pero al menos sí es capaz de hablar a través de él. No es una gran lección sobre la arquitectura brutalista ni sobre la Bauhaus, pero las referencias están ahí.


Así que un aplauso a la diseñadora de producción, Judy Becker, quien se dedicó a acumular tantos bocetos como colillas en un cenicero.
PD: Joe Alwyn parece que se está tomando en serio su reputation era con este tipo de papeles, si la veis me entenderéis.
¿Qué? Toca segunda recomendación, ¿no? Te prometo que no me enrollo tanto como con la peli, pero es que una a veces no puede evitar llevar una cinéfila de Filmin dentro…
¿El cine no es lo tuyo? ¿Prefieres cosas más ligeras? ¿Lo bueno si breve dos veces bueno? ¿Variedad? Pues vamos con un podcast.
El mundo del arte me lo recomendó Cèlia mientras entrábamos al CCCB a ver (o más bien experimentar) la obra El cielo no se guardará el secreto, la cual lamento no poder recomendar porque las sesiones terminaron el 16 de febrero (es el único motivo, porque es espectacular).
He de decir que no he escuchado muchos episodios, ya que no soy de esas personas que consiguen hacer dos cosas a la vez. No sé si por falta de concentración, o precisamente y por lo contrario, por extrema concentración en la tarea principal, que por lo que sea no suele ser escuchar un podcast.
No obstante, como persona que se obsesiona hasta el delirio con la ciudad en la que vive (me pasó con Dublín y con Granada), me ha encantado el episodio de Urbanismo & Barcelona, con Pol Casellas, un chaval que el algoritmo se ha empeñado en recomendarme y no sé por qué hasta ahora no le había escuchado. Un tío bien majo.
Desde que escuché este episodio miro el Eixample de otra forma. Sí, miraba los edificios, pero me limitaba a observar los relieves, los azulejos y las vidrieras. Ahora he dejado de hacer zoom, me fijo en el orden de las cosas en lugar de juzgar tan solo por su belleza (un tipo de juicio que te hace perderte muchas cosas), paseo en lugar de trasladarme de punto A a punto B. Y ese es un logro muy grande para cualquier persona forzada a vivir dentro de los ritmos de un enorme núcleo urbano que marca el capitalismo.
Otro logro es que esté deseando ponerme a fregar los platos o a barrer, las únicas actividades que de momento he comprobado que puedo realizar al mismo tiempo que escucho un podcast desde que ya no voy al gimnasio. Què hi farem!
¿A ti también te pasa que hay libros que parecen perseguirte? Es como que cuando entras a una librería y lo ves por primera vez, como pago por echarle un ojo y leer su contracubierta, volverás a encontrártelo hasta que un día, más sorpresa para ti que para él, lo acabas comprando.
Algo así me pasó con El nervio óptico de María Gainza. Repasando un grupo de WhatsApp que tengo conmigo misma en el que me voy mandando todo tipo de notas a modo de corcho en la pared digital (pensamientos, listas de la compra, ideas para un nuevo reel, consultas del médico…), encontré el otro día que este título estaba apuntado varias veces. No sé si por recomendación de otras personas o si de haberlo visto en librerías y haberlo apuntado para pensarme si comprarlo finalmente.
El primer mensaje era del 17 de noviembre de 2024.
El segundo, del 20 de diciembre.
Y el tercero, del 9 de enero: cuatro días antes de que en el club de lectura lo escogiéramos como nuestro siguiente libro.
¿Casualidad o destino? No creo mucho en lo uno ni en lo otro, por ahorrarme narrativas demasiado simplistas de la vida, por un lado, y expectativas incontrolables, por el otro. Pero es mucho más apetecible creer en lo segundo cuando el libro se ha convertido en una de tus lecturas favoritas.
En este libro de microrrelatos María Gainza entreteje once historias de autoficción con once obras de diferentes artistas, todas ellas con dos cosas en común: que están en Buenos Aires y que su presencia ha tenido algún significado en la vida de la autora. Sin florituras, sin complejidades y sin obsesión descriptiva, porque como ella misma cita a Cezanne:
“Lo grandioso acaba por cansar.”
Y si te pensabas que las casualidades se detendrían cuando por fin llegase a mis manos El nervio óptico, ¡es que te conformas con muy poca narrativa! Porque, a pesar de que María es una persona con un miedo atroz a volar (una crítica de arte que no había estado en Italia, por ejemplo), el jueves pudimos escucharla hablar sobre arte y escritura en La Central.
“No sabía bien adónde ir pero mi instinto de supervivencia me lleva siempre a los museos, como la gente en la guerra corría a los refugios antibombas.”
Muy fuerte todo, ¿no? ¡Pues hasta aquí!
¡Por cierto! Por si ha pasado muy desapercibido mientras te contaba todo esto… ¡tengo un club de lectura! Tendremos el encuentro para hablar precisamente de El nervio óptico el sábado 1 de marzo a las 11:30. Pero en caso de que no tengas suficiente tiempo para leerte este, siempre puedes apuntarte para enterarte de cuándo es el siguiente 🥰
O también puedes venir sin haberlo terminado del todo, aquí no juzgamos.